jueves, 31 de mayo de 2012

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Mi historia comenzó una tarde en la que, como otra cualquiera, encendí mi ordenador para hablar con mis colegas por el messenger. Estaba ligoteando con un compañero de clase cuando me llegó un mail súper extraño porque no tenía remitente. Al abrirlo, ponía «No reveles el secreto». Me quedé flipada y pensé que no era para mí. Se lo conté a uno de mis amigos y se cachondeó de mí diciendo que eso era imposible. Se lo intenté reenviar, pero tenía algo que lo bloqueaba y no pude. Al poco rato, me llegó otro mail que tampoco tenía dirección y me ponía un link. Al principio, dudé pero cliqué. Era una web súper gore, toda negra, con calaveras, cruces y palabras en latín que no entendía. Le pasé el link a mi amigo y me dijo que a él le daba error y que no la podía abrir. En ese momento, recibí otro mail que decía: «¿No te dije que no revelaras el secreto?». En ese momento el ordenador empezó a pitar súper fuerte y lo apagué directamente del botón. Al entrar de nuevo en el correo, ninguno de esos mails estaba en la bandeja de entrada... Adriana. 

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